top of page


Aquí solo hay comentarios de amigos, no opiniones de profesionales ni recortes de prensa

NURA KAMAR

10 julio 2023

La poesía de Felipe Sérvulo en su último libro Cúmulos de Plutonio atrapa por su humanismo y ternura. A esto se aúna la maestría en el uso de la palabra evocadora y de la metáfora justa.

Si bien el poemario se desarrolla a través de un diálogo imaginario entre el poeta y la niña Sadako Sasaki, víctima del bombardeo atómico a su ciudad natal, Hiroshima, nos trasmite una profunda paz . Además, nos lleva a reflexionar sobre el entrañable valor de su breve vida como ejemplo de lo que ya nunca debería de suceder.

 

MARI ÁNGELES LONARDI

Cúmulos de plutonio

He leído un libro tan intenso y conmovedor como tierno y entrañable, muy emotivo. El autor sabe conseguirlo con destreza manifiesta, quizás por la experiencia que brindan los años, quizás porque sabe esperar la llegada de la poesía para plasmarla en el papel o tal vez, porque sabe transmitir las historias como si nos estuviera contando un cuento.

A modo de prefacio, Felipe Sérvulo, nos brinda un introducción sobre los hechos históricos ocurridos en Japón, cuando el 6 de agosto de 1945, a las 8:15, Sadako Sasaki (Hiroshima 1943-1955) dejó de ser una bebé -tenía dos años cuando la bomba atómica estalló- para convertirse en hibakusha. El mundo ha conocido el relato del horror gracias a los sobrevivientes, a quienes se les conoce como hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”.

La niña sobrevivió al desastre, pero diez años más tarde le diagnosticaron leucemia a consecuencia de la “lluvia negra”. Cuando ingresó al hospital, una amiga le contó la leyenda japonesa de las grullas de origami y que si pedía un deseo, éste se cumpliría cuando tuviera las mil grullas. Sadako murió en 1955 cuando llevaba hechas 644, con doce años. Sus amigos las completaron y las pusieron en su féretro. Hoy en día, en su  monumento, cerca de donde cayó la bomba, personas de todas partes del mundo depositan allí sus grullas de papel. En su viaje a Japón, Felipe llevó unas cuantas, de España para ella. A su regreso, en 2019, comenzó a escribir un poemario, pero esos poemas quedaron durmiendo en un cajón hasta que pudo volver a viajar en 2022. Sin dudas Sadako le estaba dando una mano para terminarlo y surgió esta bonita historia de amor.

En esta parte del mundo germinan las semillas y la vida se renueva como si no tuviera idea de destrucción y el autor nos ubica en un lugar, en un momento. El viaja en tren, en ese tren que hay que tomar porque pasa sólo una vez en la vida. Ya en Japón, frente al monumento, ve las niñas que juntan sus manos para pedirle a Sadako, como su madre que también juntaba sus manos, para pedirle a la Virgen y a los santos. Y le apena saberla tan difunta, tan pequeña. Y se da cuenta que tiene que soñarla, para estar juntos.

La aflicción le ataca en el puerto de Barcelona, donde salen barcos para todas partes del mundo y entre sueños, sabe que pronto llegará el sakura y todo será olvido.

Recuerda que hace tanto ya que Sadako se ha marchado y le habla, le dice suavemente, que es extranjero, que le trae recuerdos del mediterráneo, de los olivares, del mar azul, de serena brisa, del desierto de Tabernas en Almería, de allí vengo dice con voz entrecortada. No sabe qué más decirle y pronto tendrá que irse, así que decide hacerle saber que quisiera recordarla, no sólo en el “Parque de la Paz, calle del olvido” sino también “en la leyenda del hilo rojo” es que “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse”, sin importar el tiempo transcurrido, la lejanía del lugar o lo adverso de las circunstancias.

Y no olvidar como dice el poeta “Acaso los cúmulos de plutonio/ hayan sido el horizonte final”. De este verso escoge el título del libro.

Pero la vida sigue y pronto al otoño le sigue el invierno y en algún lugar de Hiroshima habrá otra niña que se sorprenda “como si tú estuvieras aquí”. Pero “Sadako se eleva en los campos/ donde las lágrimas se espesan”. Y Felipe Servulo vuelve a Barcelona, al Mediterráneo, con todos los recuerdos y volverá a verla en todas las niñas que pasen a su lado. Entonces le habla como si imaginara que ella sigue viva: le comenta sobre la nostalgia, la tristeza y la soledad de “esos hombres que vagan cual almas en pena.” Y entonces comprende que rompiendo el temor se puede llegar hasta el fin del mundo y se refugia en los afectos.

Escribe en un poema: “La memoria es un paisaje/ al que nunca se vuelve/ y el tiempo un compañero desleal/ que deja vacíos tan grandes,/ que todo lo llenan.”

Alimenta una ilusión íntima de que llegue su amada al mediterráneo, pero ahí está ella siempre tan adolescente y él sigue solo, con “lágrimas negras” como “cantó Compay Segundo”. Felipe regresa a su vida y deja atrás Hiroshima, donde sobrevuela Sadako. Allí las mil grullas se transforman y renacen como un grito de Paz en el mundo, con renovada esperanza, como la hierba que volvió a brotar en Hiroshima después de la hecatombe.

Una historia de amor imposible, cerrada como el fruto del almendro, una historia que no fue,  una historia que pudo ser. Felipe Servulo mira las nubes, los Cúmulos de plutonio, inmóviles sobre el horizonte y sigue alimentando la ilusión de un deseo cumplido, porque cuando los deseos se cumplen todo es posible.

Un libro homenaje y de hermanamiento con la cultura oriental que nos recuerda que somos humanos y nos equivocamos a menudo y no podemos volver a cometer otra atrocidad semejante, pero que también somos capaces de lo peor y de lo mejor. Solo el amor nos salva, hasta de la locura.

 

ANDRÉS GARCÍA MOTOS

Breve opinión personal después de leer el poemario

 

Felipe Sérvulo, en CÚMULOS DE PLUTONIO, nos presenta un poemario lírico, intimista, personal, emocionado, vivencial y testimonial. Ha escogido como protagonista del mismo a Sadako Sasaki, la niña víctima de la bomba de Hiroshima en 1955. Aprovecha la leyenda japonesa de senbazuru, que asegura, “si hacía mil grullas de origami y pedía un deseo, éste se cumpliría. Sadako murió cuando llevaba hechas 644; tenía 12 años. Sus amigos las completaron y las pusieron en el féretro. Personas de todo el mundo depositan en el monumento sus grullas de papel. Entre ellas están las que llevó Felipe, hechas por niños de España.

El poemario es un recorrido fantástico de Felipe por los recuerdos emocionados de sus sentimientos. En él ha sabido ensamblar la cultura japonesa, en la que se siente muy cómodo, con su sensibilidad poética relajada y certera.  En cada episodio se nota esta intercomunicación de Sadako- Felipe- Japón- España., pues de todo ello habla…

 Nos presenta magistralmente la ternura infantil, el dolor por la muerte de la niña, el horror a la guerra atómica, sus sentimientos personales de rebelión ante la atrocidad de las bombas, sus momentos de ternura a flor de piel, sus idas y venidas de España, de su tierra natal y de su tierra de residencia actual a Japón. En cada rincón encuentra lirismo poético expresado en veros cortos. Sus pocas palabras dicen todo lo necesario, de forma breve y concisa.

Sin embargo, hay algo que hace que el poemario sea un tanto difícil de entender para los lectores: Utiliza muchas palabras técnicas y propias de la lengua y cultura japonesa a la que no llegamos la mayoría de nosotros. Hay que utilizar el buscador para conocer significados, saber dónde estamos y conocer algo elemental de la cultura japonesa.

Yo me quedo con la idea central: La ternura, la belleza de la relación Sadako - Felipe y la facilidad con que nos mete dentro de su mundo lírico, fantástico y tierno.

Sadako seguirá recibiendo grullas con nuevos poemas que la harán muy feliz.

Castelldefels, 20 de marzo de 2023.

MIGUEL  A. GONZÁLEZ SÁNCHEZ

 “La importancia infinita del caso singular.”

                                                                                                              (A. Buero Vallejo, El Tragaluz)

 

     En estos días aciagos, cuando de nuevo sobre los cielos de Europa se ha cernido como ave agorera la amenaza de los nubarrones nucleares, deberíamos recordar que cúmulos de plutonio flotaron sobre la devastación de Hiroshima el día seis de agosto de 1945. Allí, entonces, ocurrió una hecatombe en la que fueron sacrificadas más de ciento sesenta y seis mil víctimas. Escrita tal cantidad con todas sus letras y no con cifras somos obligados a leerla a cámara lenta y a sentir cómo se despierta en nosotros el horror, un sentimiento que se alza en los corazones humanos cuando hasta ellos llega noticia de una mortandad tan elevada y tan lejana.

   Una de aquellas víctimas, un caso singular, era una niña de dos años que terminaría por morir diez años después a consecuencia de la radiación recibida.

   Cuando de entre aquella legión de muertos se levanta uno que tiene nombre y apellido -Sadako Sasaki-  y una historia lamentable que termina con una esperanza tronchada, el sentimiento de horror se transforma en dolor. Esa metamorfosis la experimentó el poeta Felipe Sérvulo el mismo día en que supo de la existencia fugaz de la niña «hibakusha».

   Y nosotros sabemos, porque nos lo enseñó Antonio Machado, qué pueden hacer los poetas con el dolor: “Eran ayer mis dolores/como gusanos de seda/que iban labrando capullos […] Dolores que ayer hicieron /de mi corazón colmena […] que una colmena tenía/ dentro de mi corazón;/y las doradas abejas/iban fabricando en él/con las amarguras viejas/blanca cera y dulce miel.”

   Así pues, Felipe Sérvulo, prevalido de su alquimia poética, ha transmutado primero el horror de aquel fatídico día en Hiroshima en el dolor punzante que Sadako Sasaki le infiltró en el corazón y luego lo ha sublimado en los poemas de este libro. Poemas dolientes, trabajados con la precisión y el rigor del arte del origami, en un libro ofrenda que se viene a sumar a los cientos de grullas de papel amorosamente depositadas por el autor, en el Parque de La Paz de Hiroshima, en septiembre del pasado año, ante el monumento a la niña mártir. Estos Cúmulos de plutonio  son también y por ello como cualquiera de esas grullas, “un grito esperanzado por la paz del mundo y para que nunca vuelva otro Enola  Gay.”

PURA SALCEDA

Reconstrucción a través de la melancolía, del no-olvido, nadar en un mar de grullas de origami que nos lleve a Hiroshima en pos de Sadako Sasaki. Así el poemario se adentra en pensamientos y vivencias, en la revelación rebelde y combativa, en la escritura precisa, imprescindible. El canto susurrante revive todo aquello que es o debería ser universal, que traspasa ritos y convenciones, culturas y sus misterios. Verso intenso, mínimo, frágil y guerrero en las manos siempre magistrales de Felipe Sérvulo.

LUIGI ALBERTO DI MARTINO

La poesía de Felipe Sérvulo va tejiendo paso a paso lazos afectivos entre su tierra y el Japón de Sadako. Sus versos unen su propio universo existencial y el de la niña con particular belleza. Un llamado humanista que une territorios adquiriendo un carácter universal. Imprescindible.

FRANCESC CORNADÓ

Las grullas de papel cobran vida en los versos de Felipe Sérvulo. Vuelan altas, por encima de los mares y del tren bala y llegan al corazón de la Campana de la Paz.

 

MAITE LEÓN


Querido Felipe, cuando te leo, se forma un nudo en mi estómago, que es donde debo tener el corazón, que duele, pero qué me hace sentir viva, y con fuerzas, pese a todo, para seguir luchando contra el viento de la vida.

 

DANI IZQUIERDO

 

Celebro los poemarios ajenos con orgullo propio, me encanta que las personas que quiero escriban y lo hagan tan bien. Estas grullas son poesía en vena: pura, exacta, alta decantación de la sensibilidad.

IGNACIO GAMEN

 

Sadako Sasaki, una historia triste que inunda y fecunda la vida y la poesía de Felipe, que la sublima en esta grulla de papel: Cúmulos de Plutonio.

FERNANDO CARLOS HIRIART

 

Felipe con su poesía que huele a tierra mojada, al candor de los pueblos blancos, también hace poesía con los trágicos cúmulos de plutonio, interpelándonos profundamente, tomado fuertemente de la mano con la niña Sadako, no sé si él quiere hacerla resurgir de la borrasca del tiempo o ella habla, arteramente, a través del poeta y queda evidencia otra vez, que la humanidad pocas veces aprende y muchas olvida.

 

Mª ÁNGELES LONARDI

 

Este libro es un canto a la vida, un brote esperanzador, como la hierba que rebrotó después de la hecatombe de Hiroshima. Sadako y las grullas de origami se transforman y renacen. Es Felipe Sérvulo con su poesía el que obra el milagro. 

ANTONIO DUQUE

 

Sadako nos lleva a la apertura de la caja de Pandora, pero aquello aún no ha terminado. Las guerras están ahí y pueden volver a existir muchas niñas Sadako en el mundo, la poesía de Felipe es un bálsamo en ese oscuro panorama. ¡Nunca más Little Boy!

 

 

ROCÍO BIEDMA

 

Sólo los grandes escritores son capaces de trasladar al lector, sin deformación alguna, a otro espacio y otro tiempo. Felipe siempre lo consigue regalándonos una poesía de una sencillez extraordinaria, dentro de una noble elegancia, alejándose de abalorios y sintetizando con pulcritud cada uno de sus versos.

MIGUEL Á. GONZÁLEZ SÁNCHEZ

Hogar del transeúnte

Recientemente (agosto de 2022), Felipe Sérvulo ha agavillado en un volumen que lleva por título Hogar del Transeúnte una serie de variados textos, la mayoría de los cuales ya fueron dados a conocer en distintas revistas y publicaciones, algunas en formato digital, y que flotaban libres por el ciberespacio de Internet. El propio autor, en la nota de justificación con que se abre la colección, alude al curioso rótulo que ha puesto en el encabezado —Hogar del Transeúnte— para presentar este trasunto moderno del venerable Hospital de Peregrinos de los tiempos medievales como cobijo al que se ha acogido, como hacen “los desheredados en cuanto anochece.” Reconocemos en la elección de la metáfora y en la alegoría implícita que de ella se deriva (La vida como camino por donde transitamos) el habitual prurito de Felipe Sérvulo en ofrecernos como rasgo distintivo de su personalidad literaria una denodada voluntad de sencillez, de falta de pretensiones y de rechazo de toda solemnidad, bien patente en esta ocasión al presentársenos como uno de esos «desheredados». Y para remachar el clavo echa mano de un subtítulo —Crónicas mínimas— donde insiste, de un modo cuasi franciscano, en prevenirnos contra falsas expectativas hacia unos textos sobre los que no deberíamos hacernos demasiadas ilusiones, porque —según él— son sólo «mínimos». Claro es que también cabría interpretar —y no sería desacertado— el uso de este adjetivo como indicativo de la exigua extensión de ellos, así como del estilo de su escritura, identificable fácilmente y a muy primera vista con eso que se ha dado en llamar Minimalismo y que mejor podríamos haber designado como Minimismo, cuyas características básicas —la tendencia a la brevedad y el lenguaje depurado y conciso— son, por otra parte, rasgos evidentes en la generalidad de su obra anterior. En este subtítulo que comentamos, el término “mínimas” está, pues, sobradamente legitimado y hemos de convenir en que Felipe Sérvulo ha acertado con su elección; algo que resulta más discutible —y a discutirlo iremos enseguida— si nos fijamos en el sustantivo al que va referido, Crónicas.

   No creo aventurarme en exceso en mi sospecha de que con esta palabra, el autor, un poeta conocido por tal, ha pretendido avisar a quienes abran este libro de que lo que en él van a hallar no es un poemario, sino una recopilación de textos de carácter predominantemente narrativo (en apariencia, al menos) y con un notorio grado de accesibilidad, como pensados que están no para la consabida minoría de lectores de poesía, sino para la «inmensa mayoría» (perdóneseme  la hipérbole) que constituyen los consumidores de los medios de comunicación «de masas» (discúlpeseme también esta otra). Así parece que Felipe Sérvulo quisiera realizar una incursión en uno de los más conspicuos géneros periodísticos, el de la crónica.

   Establecido como cronista, con su inherente función de informar y divulgar, va dando cuenta en la miscelánea recopilación del Hogar del Transeúnte de sucedidos y personajes de los que ha sido testigo y a los que ha conocido, o nos traslada los que a él le contaron y le presentaron. Como cronista que se pretende cuenta lo que pasa. Pero como el género de la crónica es un género mixto donde se entrevera la información con la interpretación (o si se prefiere, la objetividad con la subjetividad) en sus Crónicas mínimas Felipe Sérvulo no se limita a hacer sólo un informe de lo que pasa, sino que siempre nos traslada también lo que a él le pasa ante eso que pasa. Esto es seguramente lo que él intuía cuando en la Nota preliminar ya citada escribió acerca de sus relatos “que son apenas el eco de un sentimiento.”

   La presencia en las crónicas de ese elemento lírico es para mí el rasgo que mejor caracteriza el libro que reseñamos y por esta razón si deseáramos matizar el subtítulo empleado por el autor, en aras de una mayor exactitud, habríamos de añadirle un adjetivo más y dejarlo como Crónicas líricas mínimas. Y es que por mucho que Felipe Sérvulo haya querido revestirse con la piel de cordero de cronista, al final y por todas partes asoma la auténtica piel de lobo del poeta.

   ¿Quiere esto decir que Hogar del Transeúnte es otro poemario de su autor? Sí y no: en libros anteriores sus poemas se revisten muchas veces de unas formas estilísticas que nos autorizan a describirlos como «poemas prosaicos», dicho sea sin el menor ánimo descalificatorio, sino como una manera bien gráfica de sintetizar su proximidad a la prosa; ahora, en las Crónicas, encontramos unos textos que revestidos de prosa son «el eco de un sentimiento», es decir, expresión lírica, poesía, por lo que no sería demasiado inexacto designarlos como «poemas en prosa».

   ¿Poemas prosaicos, prosa poética? No entremos en estériles bizantinismos que a nada conducen. Vayamos mejor a anticipar a los posibles lectores del libro algo de lo que en él podrán encontrar y de los efectos que su lectura produce. Lo haré a partir de mi experiencia personal.

   Como la mayoría de las Crónicas ya habían sido publicadas, tal y como se indicó en el comienzo de esta reseña, yo ya las había leído y disfrutado, una por una. Sin embargo, al releerlas como partes integrantes de un conjunto advertí cómo esa impronta lírica que he señalado como rasgo más característico del Hogar del Transeúnte se me hizo evidente con una intensidad que me sorprendió gratamente y que me dejó un regusto estético semejante en todo al que produce la lectura de un libro de poemas, de buenos poemas. Y reflexionando sobre esta circunstancia no hallé mejor forma de describirla que por medio de una analogía emanada a través de un recuerdo de mi infancia, puesto de que un modo casi onírico se me presentó de nuevo la impresión que me produjo un descubrimiento maravilloso en una tarde de juegos. Yo no había visto nunca un artefacto que llevaba un nombre exótico y difícil y que externamente se parecía a un simple catalejo y cuando me lo mostraron y me animaron a que mirara por uno de sus extremos descubrí extasiado una visión deslumbrante de formas geométricas coloridas, como flores simétricas, que creaban extraordinarios paisajes, cambiantes a medida que se hacía girar aquel cilindro llamado caleidoscopio. Más tarde, cuando aquel objeto se rompió y tuvimos la ocasión de destriparlo e investigar cómo funcionaba supe que los responsables de aquellas visiones de belleza no eran sino unos simples cristales de colores, ingeniosamente dispuestos entre unos espejos.

   El Hogar del Transeúnte es un libro de crónicas líricas y es también, y, sobre todo, un caleidoscopio, porque su autor lo ha fabricado a base de reunir humildes y sencillos cristales de colores —las crónicas mínimas— que cuando se juntan nos ofrecen la contemplación de la belleza.

 

MONTSE GARCÍA VALENZUELA

Yo he tenido la suerte de conocer a Felipe desde niña, pero la admiración por su poesía me llegó muchos después, y es que en uno de nuestros cafés, donde intercambiábamos impresiones y poemas me hizo la siguiente pregunta: «Montse, ¿no te has planteado quitar adjetivos a tus poemas? Y yo me dije ¿quitar adjetivos? No, imposible. La noche oscura, la mañana fresca, el camino serpenteante. Imposible.»

Pero a raíz de aquello es cuando empiezo a releer su poesía , a prestar atención y a admirar el trabajo detrás de la sencillez de las palabras. Y es que Felipe nos presenta su vida como en un trailer a golpe de sentidos, ya sea con su infancia en los campos de Jaén, la figura de su madre recortada en la ventana o la lluvia en Castelldefels.

Por eso espero que disfrutéis de su nuevo poemario tanto como yo lo hecho en Mil grullas de Origami, su autor no llevará a una espera, a un viaje y a un lugar nuevo.

Rocío Biedma

Mil grullas de origami

Sólo los grandes escritores son capaces de trasladar al lector, sin deformación alguna, a otro espacio y otro tiempo. Felipe siempre lo consigue regalándonos una poesía de una sencillez extraordinaria, dentro de una noble elegancia, alejándose de abalorios y sintetizando con pulcritud cada uno de sus versos.

 

Porque Felipe es un hombre de alma grande con una humildad excepcional y un recorrido literario de altura, donde la intensidad de su sentir, ha conseguido crear una poesía cuya singularidad le da a sus poemas un carácter introspectivo, bondadoso y cotidiano.

Nuestro vecino de infancia Felipe Sérvulo, que aunque vive en Castelldefels, nació en Jaén, revive siempre que puede, sus paseos por nuestro casco histórico y en especial por la calle donde vivía su abuela, Almendros Aguilar, que lo traía a Jaén cuando a la edad de cinco años tuvo que mudarse a vivir en muchos pueblos de la provincia.

“Todos los mayores han sido primero niños, pero pocos lo recuerdan” nos dijo El Principito. Felipe sí que lo recuerda.

 

Adoro este verso suyo que nos dice en su anterior libro Sit Tibi Terra Levis:

 

“Recibí en herencia esa emoción que llaman sur”

Carme Sánchez

Takumi, Sadako y Felipe

«Una grulla

que atraviesa la noche,

¡qué buen augurio!» 

 

En la presentación del nuevo poemario de Felipe Sérvulo se produjo una de esos momentos que parecen mágicos. Consiguió que los asistentes acabáramos conectados a parte de su familia y a una niña japonesa desconocida hasta el momento para muchos de nosotros, de nombre Sadako.

 

Como comentaba la también escritora y presentadora del acto, Dolors Fernández, Felipe realizó un doble viaje mientras escribía los versos: viajó a Japón y se deslumbró con la cultura nipona y también inició el trayecto del vínculo hacia su nieto, Takumi.

 

El autor nos hizo partícipes de la leyenda japonesa que da título a los 59 poemas, según la cual si anhelas que una persona hospitalizada se recupere de alguna enfermedad o quieres desearle larga vida a una persona mayor, tienes que regalarle un conjunto de grullas de origami (arte del papel plegado o papiroflexia). Y esto es de mi cosecha, pero imagino que por poner una cifra redonda y con la fama de trabajadores que tienen los japoneses, decidieron que fueran mil. De ahí el título, “Mil grullas origami”, porque antiguamente en Japón, la grulla era considerada un símbolo de buena suerte y larga vida y también se ofrendaban realizadas en papel, en los templos budistas y sintoístas, al pedir un deseo.

 

Pero resulta que esta tradición comenzó a popularizarse y a considerarse también como un símbolo de paz, tras la muerte de la niña Sadako Sasaki, a partir de los años 50.

 

Sadako vivía con sus padres en Hiroshima muy cerca de donde explotó la bomba atómica, y aunque en un inicio no pareció estar afectada, al cabo de 10 años la exposición a la brutal radiación, le provocó una leucemia que requirió asistencia médica especializada. En el hospital de la Cruz Roja de Hiroshima coincidió con otra niña enferma que le explicó la leyenda de las mil grullas y Sadako comenzó a doblar grullas de papel sin descanso con el deseo de curarse. Sin embargo, su enfermedad avanzó y Sadako murió a la edad de doce años.

 

Las compañeras de Sadako hicieron una colecta que llegó a todo Japón y que posibilitó la construcción de «La estatua de los niños de la bomba atómica» en el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima, donde Sadako está representada como símbolo de la paz. El conjunto escultórico está siempre sembrado de grullas venidas de todas las partes del mundo.

 

Y acabando con las palabras finales de Dolors Fernández en la presentación: “El amor, la esperanza y la dulzura bien valen mil grullas de origami.

Dolors Fernández

De lo que no nos queda ninguna duda es de que Mil grullas de origami contiene poesía creada desde el rigor y la calidad, con una personalidad muy marcada que la define: poemas depurados, esenciales, minimalistas; con imágenes exóticas e intimistas a la vez sobre Japón, su sociedad y su gente.

Es poesía auténtica, elegíaca pero, por encima de todo, el rasgo verdaderamente distintivo es que Mil grullas de origami nos habla de Takumi, el nieto de Felipe.

En definitiva, aunque no se puede negar el doloroso sentir de algunos de sus poemas, creo que el epílogo titulado “La campana de Myoshing-ji” es decisivo, ya que en él Felipe declara su sentimiento esperanzado y su amor incondicional hacia Takumi.

Y con esa defensa de la niñez, de la inocencia, de la ilusión renovada, se resume el espíritu de este libro. De ahí que la última frase del epílogo, la última del poemario antes de la cita final, sea esta: "Pronto llegará otoño. La luz cambia y los crepúsculos se hacen aún más hermosos."

Por eso, la esperanza, el amor, la dulzura bien valen Mil grullas de origami.

José Costero

Afortunadamente, Sérvulo no se deja arrastrar por la practica de esa lírica deliberadamente oscura, donde se desestabiliza el léxico, creyendo así muchos ufanos rapsodas actuales que están elaborando, sus no menos pretenciosos poemarios. El sigue fiel a su vertiente poética habitual, utilizado un lenguaje fluido, cercano, pleno de calidez humana, que atrapa al lector en su propia contemporaneidad.

 

Felipe Sérvulo es un escritor que pretende relacionarse profundamente con este mundo nuestro, a través del ser humano, de su cotidianidad, y compartir las angustias y sus esperanzas, en una posible, aunque sea quimérica, búsqueda de la certeza o falacia que envuelve el rutinario vivir, estableciendo una comunicación auténtica con los demás. Si alguien llama a la puerta / para estar con nosotros,/ hay que abrirle./ pg.50.

La aparición de esta nueva obra de Felipe Sérvulo, editada en la legendaria colección El Bardo, nos ofrece la oportunidad de elucubrar levemente sobre literatura en estos tiempos un tanto infaustos.


(Sobre «Mil grullas», en el primer año de la Pandemia)

 

Rosa Lentini

Querido Felipe. He leído Mil grullas..., ese libro canción de cuna, juego infantil lleno de nostalgia, ternura y vuelo. Delicado, extremadamente delicado. Lo he leído de un tirón y lo he disfrutado. Esta noche lo dejaré en la librería. Espero que no eche a volar.  

Un abrazo grande.

Daniel Izquierdo

Mil grullas de origami

«Celebro los poemarios ajenos con orgullo propio, me encanta que las personas que quiero escriban y lo hagan tan bien. Estas mil grullas son poesía en vena: pura, exacta, alta decantación de la sensibilidad.

Felipe Sérvulo destila en éste (hasta la fecha su último libro publicado) poemas descarga, versos de pararrayos.

Imposible leerlo y regresar al mundo sin más.»

Vicente Valero Costa

Mil grullas de origami

He disfrutado a base de bien con tu cofre de joyas. El prólogo, excelente, compendiaría mis impresiones: intimista, cuajado de ternura, nostalgia, humanismo, melancolía. Las palabras, cada una, son joyas que el orfebre ha labrado con mimo y primor, y el resultado no podía ser otro que una antología de belleza, belleza estremecida.

Daniel Izquierdo

Mil grullas de origami

La papiroflexia y la poesía, se parecen: las dos expanden (multiplicándola ad infinitum) el alma que doblegan: la del lector, la del papel. Felipe Sérvulo toma la primera para agrandar la segunda y echa a volar, sobre el cielo limpio de la lírica, un poemario de factura sintética, oriental, por momentos zen. Dividido en tres partes, afectiva, neuronal, literariamente complementarias Ayer por la mañana, Tokio es un dragón que canta, Narita, Terminal I, el poeta deshilacha cincuenta y nueve poemas lacrados con un epílogo (la campana de Myooshin-ji) que son, sin paliativos, una elegía inequívoca a su nieto Takumi: aleph y epicentro de su querencia; la medula espinal de hasta la fecha su último poemario publicado, dejémoslo claro: un GPS sensorial inexorable para orientarse en (la delicia es suya) el orden que tiene la belleza del dolor.

El seis de agosto de 1945, Sadako Sasaki dejó de ser un bebé (tenía dos años cuando la bomba atómica estalló sobre Hiroshima) para convertirse en víctima: hibakusa. Enferma de leucemia, peleó con el monstruo cada milésima de los doce años que vivió. Para homenajearla, todos los años vuelan mil grullas de papel en su honor. Una leyenda promete cumplir sus deseos a cualesquiera que le arranque al origami esa bandada de pájaros: mitad papel, mitad magia.

Rabridanath Tagore definió la poesía como el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos. Estas mil grullas sangradas por Felipe Sérvulo anudan ese cosmos y ese reverbero en el gaznate de la emoción. Es imposible zambullirse en sus páginas y no volver al mundo con ojos nefelibatos el corazón más limpio y más viva la razón (Sabemos que el miedo / muchas veces / se disfraza de risa nerviosa / porque los tristes invaden el mundo.)

Gracias, amigo Felipe por soñar este antídoto contra su invasión.

Lázaro Covadlo

Mil grullas de origami

Felipe Sérvulo sabe nombrar. Si alguna cualidad es importante en un poeta, esta es la de saber nombrar el mundo. Sérvulo sabe nombrar los pensamientos más profundos, los instantes dotados de mayor magia, el aroma de los sentimientos. Felipe Sérvulo es un nombrador. Es decir: un poeta.

En los años en que aparecen versificadores que sueltan palabras sin sustancia, la presencia de un creador auténtico, alguien que sabe precisar los nombres y dirigirlos a un destino cierto y único (como el arquero que clava sus flechas en el centro exacto de la diana) es motivo de dicha. Felipe Sérvulo dota a las palabras de sentido. Las une con infalible maestría.

«Intento conectar las palabras, / pero hay alguna que se resiste. / Digamos, / que no se deja utilizar por mí, / sencillamente me confunde.» (Capítulo primero “Ayer por la mañana”). Pero él es utilizado por las palabras. Porque es un verdadero poeta. Un nombrador.

 

Maite León

He leído tu poemario "Pronto el viento de bolina..."
Me ha gustado mucho, y como siempre, ese pellizco que me dejan tus poemas. Es como si ya los conociera, porque algo dentro de mí me alerta que conozco el camino.
Navegar contra el viento, intentando no naufragar, y sentir el regusto de estar siempre a destiempo en tu recorrido.

Querido Felipe, cuando te leo, se forma un nudo en mi estómago, que es donde debo tener el corazón, que duele, pero qué me hace sentir viva, y con fuerzas, pese a todo, para seguir luchando contra el viento de la vida.

José Luis García Herrera

"PRONTO EL VIENTO DE BOLINA o crónica de un amor a destiempo". Un poemario que ahonda en la magia de vivir, de paladear el tiempo y la vida, el ahora, el instante, el amor... siempre el amor como norte que guía nuestros afectos y nuestros pasos. Un libro de versos sinceros, directos, luminosos... Os dejo este poema como breve muestra de la poesía de Felipe.

 

La veo venir
y le susurro pobres versos
con lengua de trapo.

Me siento un indigente
cuando ella me mira.

Cómo decirle 
que guardo su memoria
en la caja fuerte
de mis ventrículos.

Qué habrá un día
en el que olvidaré la clave
y ya no podré encontrarla.

Giran el sol y la tierra,
que es como morir a plazos.

Rocío Biedma

Palabras sobre «Sit tibi terra levis»

Dijo Franz Kafka: “En tu lucha contra el resto del mundo, te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo”.

 

Felipe Sérvulo sin embargo, prefiere ponerse en el otro lado de la muro, con lo fácil que le sería, ponerse de este lado del mundo, el de las mayorías, el de la comodidad o conformidad, ofreciéndonos un poemario al uso y no esta genialidad que rompe esquemas y que nos adentra cuidadosa y minuciosamente, en un paisaje profundo e íntimo, donde es posible encontrar su trazo personal, sentimental e intelectual. Porque venimos hoy a presentar un poemario diferente, yo diría culmen, que marca un antes y un después en la vida del autor y que va a contarnos, cómo es él, de lleno.

 

Sólo los grandes escritores son capaces de trasladar al lector, sin deformación alguna, a otro espacio y otro tiempo. Felipe siempre lo consigue regalándonos una poesía de una sencillez extraordinaria, dentro de una noble elegancia, alejándose de abalorios y sintetizando con pulcritud cada uno de sus versos.

 

Sit Tibi Terra Levis, es el décimo poemario de nuestro vecino de infancia Felipe Sérvulo, que aunque vive en Castelldefels, nació en Jaén y revive siempre que puede, sus paseos por nuestro casco histórico y en especial por la calle donde vivía su abuela, Almendros Aguilar, que lo traía a Jaén cuando después de los 5 años tuvo que mudarse a vivir en muchos pueblos de la provincia.

 

“Recibí en herencia

esa emoción que llaman sur”, nos dice.

 

Felipe es un hombre de alma grande con una humildad excepcional y un recorrido literario de altura, donde la intensidad de su sentir, ha conseguido crear una poesía cuya originalidad, le da a sus poemas un carácter introspectivo, bondadoso y cotidiano. Como en el libro que hoy nos trae, donde es palpable su exquisita sensibilidad, donde el alma del escritor se abre sin hacer ruido y va desgranando una a una cada suspiro que hubiese dentro, para mostrarnos la serenidad en la perdida, que nace de la matriz de quien le dio la vida.

Como él mismo nos dice, lo escribió entre Andújar y Castelldefels y surgió como reflexión sobre el paso inexorable de la vida. Y yo añado: lo escribió con la ternura de aquel niño “olor a leche hervida y brazos maternos como postre”. Con la nostalgia del muchacho “para amar este pueblo no hace falta geografía”. Con la tristeza de lo ausente, que la tierra te sea leve. Con la soledad del hijo, porque toca duelo al borde de las estrellas infinitas. Y con la madurez del hombre que sabe que “nunca envejece el recuerdo”.

A Felipe, como a mí, le comprometen el concepto y la emoción en el poema, mucho más que el atuendo o la premura del éxito.

 

“Quien lea sus poemas, tal y como dice uno de los autores de su prólogo, podrá gozar de una escritura austera y a la vez esencial, donde la calidez y la carnalidad están presentes.

… Y quedará impresionado por la dignidad y la honda reflexión que acompañan sus versos”.

 

Alejandro Duque Amusco

SIT TIBI TERRA LEVIS

Un libro, más que de amor, de "resaca" de un amor vivido, roto y perdido, como suelen ser todos los amores llamados a perdurar en el fondo del alma. No reniegas de la experiencia: "Bendito este crepúsculo / que huele a miel". Pero el hueco que deja se agranda desconsolado, como un mal día: "las separaciones / se vuelven muy lunes". El protagonista de estos poemas a lo que más recuerda es a una casa vacía: "La casa ausente / y sus espejos rotos". Ahí está dicho todo. Te citaré, entre los poemas que más me han gustado, el que comienza "Nada tan real" o "Nadie debería morir", en los que encuentro más pensamiento asociado a tus impresiones. Esa es una buena vía.

 

Gracias por el obsequio de tu libro, por la dedicatoria de tu puño y letra en la primera hoja, y por todo el mundo de sugerencias que despiertas con él.

 

Sí, Felipe, "hablemos antes / de que acabe la noche". Un fuerte abrazo de tu lector y amigo,

Elena Gallego Andrada

Me ha encantado tu libro "SIT TIBI TERRA LEVIS", muchas gracias por compartirlo conmigo y por tomarte la molestia de enviármelo.

El título ya de por si es una maravilla y no puede ser más acertado, recuerdo a mi profesor de latín explicándonos el hermoso y sensible mensaje que esta expresión encierra.

 

El prólogo también es una preciosidad, se nota el amor de tus compañeros por ti en esta preciosa introducción.

 

Los poemas una delicia, he disfrutado muchísimo con los recuerdos, la sensibilidad, el amor a las personas queridas, una verdadera hermosura de poemario.

Antonio Duque Lara

AHORA QUE AMANECES

 

El día 20 de marzo, justo en la víspera de la entrada de la primavera, me encontré con Felipe Sérvulo, unas estaciones más allá de donde está mi casa en la provincia de Tokyo. Desde España le presentaron mi nombre, y en cuanto llegó a Japón se puso en contacto conmigo a través, de Facebook. Cosas buenas de la técnica actual. En una “tertulia” cafelera hablamos de muchas cosas. Me entregó el libro que me dispongo a comentar, muy a mi manera. Espero, por lo menos, no marrar mucho.

Ahora que amaneces. Tú amaneces, es decir, tú despiertas y yo te miro. Es decir, la imagen que se puede deducir está localizada en la cama, lo que sugiere que a través del título podemos llegar a que el contenido es erótico. CUIDADO, entiéndase erótico en el matiz del Eros griego, hijo de Venus, es decir Amor.
Amor tiene un trasfondo religioso equivalente a la Misericordia, a la Piedad divina hacia los hombres. Eros tiene un trasfondo más de relación de hombre y mujer, mujer-hombre. (No me opongo a las variantes que el lector quiera) El peligro de esta palabra en el mundo actual es haber derivado hacia la exclusiva relación sexual. Sin duda eros y sexo están interrelacionados, pero cuando se exagera todo como tantas veces ocurre hoy en día, una relación “cárnica” puede existir sin afectos, y eso termina matando el sentimiento erótico-amoroso. La relación queda en la mera materialidad, lo que, en mi opinión no favorece a la poesía.
La fotografía de la portada es muy sintomática. Un hombre que por detrás besa el cuello de la mujer joven. Ella sonríe aceptando el hecho, e incluso parece que con placer.
Felipe Sérvulo, al parecer, colecciona tarjetas antiguas, de entre 1900 y 1940. Época que desde algunos presupuestos “morales” actuales pueda ser muy mogigata. En última instancia tal vez hacia fuera, lo íntimo no se hacía público de la manera que se hace en ocasiones hoy en día, pero en la intimidad, habría de todo, como en botica.
En ese supuesto la fotografía nos lleva a una concepción romántica de la relación amorosa. Un romanticismo sin estridencias, un romanticismo de la cotidianeidad, hecho de pequeños detalles que acaban formando un lienzo. Un lienzo, el libro de un día.
El libro comienza con la contemplación del rostro amado antes de despertar, y termina con un apagado de luz en el que la amada desaparece. 
Surge una pregunta: ¿Cómo se llama la amada? La amada no tiene nombre concreto: Angeles, Silvia. Llüisa, Carmen, Elena, Montse....
Que es como llamarte y nombrar 
a todas las mujeres del mundo.
La amada amanece y desaparece. Se podría deducir que el poemario va dirigido a la MUJER, como personificadora del sentimiento amoroso. Se puede entender entonces las referencias a Machado, a Pedro Salinas.
Antonio Machado estuvo viviendo en Baeza tras la muerte de su esposa, Leonor. Pedro Salinas escribe La voz a ti debida, uno de los mejores libros de amor del siglo XX.
Machado dice, cito de memoria, algo así: “Aunque no exita la amada, siempre existirá el amor”. ¿Pura coincidencia? Felipe Sérvulo, aunque vive en Castelldefels, nació en Baeza y seguramente viviría allí hasta cierta edad.
Si en el trasfondo, como supongo, está este aserto de Antonio Machado, la mujer que amanece puede ser una mescolanza de realidad, sueño y deseo, en cierta manera una idealización dela mujer, pero una idealización asentada en lo cotidiano.
Pedro Salinas canta al amor, entroncado con Garcilaso de la Vega y los clásicos del S.XVI, todos poetas de la sensualidad, no de la descarnada sexualidad.
Creo que ese es el trasfondo de la obra. Y Barcelona como fondo. Una Barcelona, gran ciudad, que si no llega a las dimensiones de Nueva York, tiene su encanto. 
Se nota que Felipe ama Barcelona, pero no es el amor servil de tantos nacionalistas a la page de los tiempos revueltos que corren.

 

Kokubunji, Tokyo 
Primavera, 2019

José Costero

“CUANDO LOS ESPEJOS DEVUELVEN LA VERDAD.”


Es inevitable. Sea mediante repetidos ensayos o en cualquier tertulia literaria, es habitual que se plantee el tema de lo que significa y es la esencia de la poesía. Y abunda tanto las sofisticadas percepciones como los pedantes conceptos. Eso me hace recordar una olvidada película: El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989) –precisamente el poeta hace mención de este filme al principio del libro- donde en una secuencia el profesor obliga a sus discípulos que arranquen la página 21 del tratado sobre la creación poética que deben estudiar. Y efectúan un análisis sobre dicho tratado donde se subrayan los idealismos, la prosodia, los principios filosóficos más solemnes, el énfasis y la prosopopeya lingüística y todo ello viene a rellenar un obligado contenido conceptual. Pero donde no hay ni un solo latido de verdadera poesía que penetre en el hecho más elemental y necesario de vivir, del llamado carpe diem.
Todo esto viene a cuento en el nuevo libro de Felipe Sérvulo (Jaén 1947) Pronto el viento de bolina o crónica de un amor a destiempo (Barcelona 2019), insólito título, donde el poeta, que goza de una prolífica etapa creativa, nos lleva con sus poemas, a través del impulso del barlovento, de procurar comprender la razón o las razones de cualquier ser humano.
Repito lo que ya comenté en un anterior libro de Felipe Sérvulo: Sit tibi terra levis, 2017, donde el autor, a sufrir la muerte de su madre, ansía establecer una línea de continuidad entre la pérdida de la madre y su propia existencia. O así lo entendí. Y dije entonces, y lo refrendo ahora, que Felipe Sérvulo se vale de un léxico empapado de auténtica emoción, con la apoyatura del hablar cotidiano, no exento de hallazgos expresivos, transidos todos ellos a la vez de añoranza y ternura:

 

Todo lo haces fácil,
porque amas
cual respiras.


Insisto. No es imprescindible poner etiquetas o adjetivar a los poetas ni a sus obras. No es necesario ni para el crítico ni para sus posibles lectores. Sérvulo, afortunadamente, es un poeta que prefiere cobijarse a la hogareña sombra machadiana, a la compañía fraterna de Miguel Hernández o desde el respeto y la admiración del desencantado Luis Cernuda.Y en eso ganamos todos sus lectores.
En definitiva, una poética, la de Felipe Sérvulo, donde el silencio y la voz se relacionan y se fortalecen solidariamente.
Oigamos al poeta:

 

Hablemos antes
de que acabe la noche.

Escribió José Costero, en Barcelona, marzo 2019

 

Mª Ángeles Lonardi

Reseña de libro: “Pronto el viento de bolina o crónica de un amor a destiempo” de Felipe Sérvulo.

Editado por Los libros del Baix Llobregat. Enero 2019.

El libro lleva en la primera página, acertadamente escogida, una cita de John Keating reproducida por Robin Williams en “El club de los poetas muertos” que dice: “Me he subido a  mi mesa para recordar que hay que mirar las cosas de un modo diferente”. Y esa es la propuesta del autor. Su intención está, en clave poética, en nuestra actitud frente a la vida y por eso, ha sabido escoger muy bien el título.

Y ¿qué es el viento de bolina? primera pregunta para quien no lo sepa. Pues bien, según refiere el propio autor, se llama viento de bolina al que sopla en la proa del barco, o sea, de frente. Pero el barco, a pesar de ello, avanza por una técnica de navegación compleja que, hace que el barco vaya hacia adelante. Claramente es una metáfora de que, en la vida, a veces, teniendo todo en contra, igual se puede avanzar.

El poema tiene la función de mostrar la mirada humana, vinculando con la memoria, el pensamiento, la experiencia, las vivencias y las emociones y estos poemas, como un trasunto de conversación logra acercarnos un profundo mensaje.

Sus poemas carecen de título y es una particularidad que profundiza la expresión sensorial, por ejemplo, cuando nos dice en estos primeros versos: “Pronto el viento de bolina hará penosa la vuelta” nos ubica en un barco, que se mueve en un mar que a veces es hostil, pero, la convicción es marchar, es seguir hacia adelante, a pesar de todo.

Y como dice Maite León en la contraportada del libro: “¿Quién no espera unas palabras que nos alejen del silencio?…

La poesía de Felipe Sérvulo está llena de matices, de suaves trazos, delicados pero a la vez punzantes, de nostálgicos rayos de luz que alejan

la tristeza, de un domingo de lluvia.

Y qué bonito si estos versos consiguen acercarnos a la esperanza de un mañana pleno, en el que poder escribir versos que nos ayuden a sobrellevar cada día, como una tabla balsa, para no caer en el olvido.

Nada en este mundo nos pertenece y sin embargo, creemos que todo es nuestro. Luego llega una ventolera de esas que agita los ventanales y la naturaleza, impregnada de poderío, la vida misma nos demuestra, nos hace saber que no, que nada es lo que parece. En palabras del autor:

“El jardín entristece / cuando se cierran las petunias”

“de porqué esta sequía / que no termina /o este bochorno sin fin”

Llueve en La Rambla, /diluvia en Castelldefels / y mi cuerpo, que se ahoga/ con tanta lágrima”.

“Pronto el viento de bolina /hará más penosa la vuelta”

“Y cuando llegue a la dársena/ tendré que reescribir/ la historia.”

Y se pregunta, anhelando encontrar respuestas:

“¿Cómo será la mañana/ en la que al despertar/ amanezcan con nosotros/

todas las fotografías/ que hemos guardado”.

Y su verso rezuma esperanza: “Aunque siempre hay/ un amanecer que se apiada.”

El autor nos propone, lejos de todo egoísmo y evitando un lenguaje carente de sentido, viajar en tren, recorrer nuestros paisajes, reconocer los olores conocidos, disfrutar del amor y vivirlo como si no hubiera mañana, agotar cada instante de la existencia hasta el ultimo respiro, de pie como los árboles, esperando nuestro destino. Seguir adelante siempre, como dice  el poeta: “aunque no te encuentre, aunque no sepamos de qué estábamos hablando, aunque le cambien los nombres  a las calles, aunque el tren de cercanías llegue tarde, aunque se haga difícil, aun con viento en contra”… Porque a pesar de eso sus versos son incitación a vivir el amor “como si no hubiera/ razón, medida, ni ley”, en cualquier momento, o a destiempo porque una vida sin amor no es vida.

Un territorio poético, una dimensión que evidencia experiencia poética, estilo en la voz y sensibilidad plagada de signos. Un pretexto para incitarnos a seguir en ruta, con imágenes impactantes que te llevan a recorrer diferentes mares, no importa si es contracorriente, lo importante es seguir avanzando, sin perder el norte ni las ganas de vivir.

 
Miguel A. González Sánchez

 

"Entre los poetas míos/ tiene Manrique un altar."

Suscribo - y supongo que tú también lo haces- estos viejos versos (Soledades, 1903) de nuestro venerable Antonio Machado, que me vinieron al recuerdo ya en la lectura inicial de los poemas de Ahora que amanece. Y como devoto que soy también de Jorge Manrique, cuyas Coplas he glosado ante mis alumnos durante más de cuarenta años con la emoción intacta con que lo hice el primer día, enseguida advertí como resonaba el tema del Ubi sunt? por todas partes en tu libro: "Almendros Aguilar, 42", Cinema Paradiso", "Cuánta borrasca", "Dónde la calle que lleva tu nombre"... No es necesario rastrear exhaustivamente la presencia de ese dolor, que tú mismo explicitas ya en el título de la Segunda parte de Sit tibi terra levis ("Cualquier tiempo pasado") y que nos señalas cuando nos adviertes de que esa obra "surgió como reflexión sobre el paso inexorable de la vida", para descubrir que tu poesía es hondamente elegíaca. Cuando digo "hondamente" me refiero al hecho de que por debajo del tema amoroso -en apariencia dominante en Ahora que amaneces- late el sentimiento de pérdida que es la esencia de la elegía. En este punto quiero volver de nuevo a nuestro Don Antonio: "Se canta lo que se pierde" y remachar en el clavo con versos de Agustín García Calvo: "Sólo de lo negado canta el hombre,/ sólo de lo perdido,/ sólo de la añoranza/ siempre de lo mismo [...] siempre de la añoranza, de lo negado/ de lo perdido..." Y resulta que para mí, toda verdadera poesía o es elegíaca o no es; por tanto, y siempre en mi consideración, muchos puntos a tu favor. A los que añadiré los que provienen del eco que allí encuentro de los grandes libros amorosos de Pedro Salinas, si bien reformulado con tu voz personal, tan pulcra y tan anunciadora ya de lo que va a ser el "minimalismo" (No me gusta nada la etiqueta, pero -perdóname la pereza- ahora me es útil para adelantar algo de lo que te diré luego) de Sit tibi. Un botón de muestra: "Luego, la tarde inmensa, los álamos repletos/ de trinos y fantasías junto al arroyo que pasaba." ("Cartas de amor)

 

En Sit tibi terra levis está la elegía en estado puro y (retorno a la hondura) la sentida emoción latente aflora en una desnudez formal depurada hasta extremos que a veces te aproxima al mundo del haiku japonés. Esta sencillez en la expresión lingüistica sospecho que resulta de un arduo trabajo de poda hasta llegar a la simplicidad, nunca simplismo, y conduce a la emoción de forma muchísimo más eficaz que las alharacas retóricas (métrica incluida, y, para tu tranquilidad, signos de puntuación incluidos). Creo que fue Michelangelo Buonarroti quién dijo que para él esculpir era fácil: bastaba coger un bloque de mármol e ir quitándole todo lo que le sobraba. A propósito de la poesía llamada "pura", en los años gloriosos de la Generación del 27, Jorge Guillén se permitió la boutade de definirla en estos términos: "Poesía pura es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado todo aquello que no es poesía." Con todo esto pretendo transmitirte mi conjetura de que en la génesis de ese libro has partido de eso que llamamos "inspiración" que te ha otorgado lo que tú mismo llamas "la fácil sustancia/del poema" ("Aún quedan augurios") y luego, a base de transpiración, has emprendido la vía ascética de ir renunciando, depurando, desnudando la forma hasta llegar a esa concisión en la que menos es más (por eso te hablaba antes de "minimalismo") Esté yo acertado o no en estas mis suposiciones, lo que interesa es que el resultado me ha parecido valioso y me ha deparado, una vez más, la gozosa experiencia de esa inefable conmoción que son capaces de originar algunas voces poéticas.

 
Jesús Aparicio
(A proposito de Sit tibi terra levis)
 
Un libro escrito en poemas verticales que parecen buscar el cielo mientras evocan el amor, el dolor, la soledad, …y todo cuanto la madre alimentaba para la intensidad emotiva de esta poesía resucitada. Aunque “…nadie ha vuelto/ de la zona/ donde se forjan/ los prodigios” como nos dice Felipe, no es menos cierto que la buena poesía nos regala el prodigio, que nos trasciende, del buen y bello vivir.

Mónica Ivulich

(Sobre Sit tibi terra levis)

Y cuando me di cuenta ya estaba embarcada y en camisa de once varas…

Recibí el libro de Felipe con mucha emoción, las veces que lo encontré en El Ateneo (Ateneu Barcelonés), donde organiza reuniones con el grupo que lidera: El Laberinto de Ariadna, o en otros eventos culturales, me pareció un ser especial, sonrisa franca, humilde, alegre, en fin: luminoso.

Su libro debía ser bueno, los poemas sueltos que había leído de él lo eran.

Ahora, acabo de releer su libro tres veces y me veo tentada a volver a hacerlo varias veces más. Sin embargo, reseñarlo es difícil. Difícil hacerle justicia, difícil transmitir la belleza que él deja caer en esas páginas con la simpleza del ave cuando surca el cielo y la misma armonía del sonido del mar al atardecer… ¿cómo describir algo sublime y etéreo a la vez?

Sérvulo escribe poemas con la cadencia del rosario que rezara su madre.

Y es que el poeta nos lleva “al campo de trigo” y a ver a “esa joven/ que lee libros piadosos/ la veo entre olivos” o “por la ventana/ que da al jardín/ de los naranjos/ agrios”, al “patio/ y un limonero/ pero ahora /es patria extranjera” por “las calles desamparadas” pues todo su libro nos transmite algo tan simple como que “la melancolía ya es orgánica/ e invade el cuerpo”

Efi Cubero

SIT TIBI TERRA LEVIS, la locución latina que otorga nombre al libro, nos conduce de entrada a la elegía: sobria y honda desolación que se cuela por las rendijas de un pensamiento que retrocede a través de la belleza y el desconsuelo. Son versos limpios y depurados que nos conducen al centro mismo del fondo de su autor donde la naturaleza también se halla presente en esa cartografía del retorno imposible. Una emoción contenida que late en las palabras, palabras que caminan al encuentro con todo lo que tuvo sentido en una infancia que se cierra, definitivamente, al quedar huérfano del más importante nudo o eslabón.
Libro que es paso, tránsito, travesía, sendero de acompañada soledad, meditación y huella de un poeta que, al despedir lo más amado, su madre, memoria sugerida que intuimos: "tus manos/ almacenaban sol/ respira espliego/ la ropa sin uso/ en el umbral de tu armario", tan bellamente dicen estos versos - todos los de este libro- él mismo siente que se encamina a su propia desaparición.

Confieso que una poesía así, sin apenas retórica, en minúsculas siempre, que nombra y que sacude, me emociona. Emoción pura, sin sensiblerías, que ahonda y hace ver, y hace pensar y hace también temblar Gracias por esta joya que, El Bardo; Los Libros de la Frontera, han publicado en una cuidada y hermosa edición. Enhorabuena por este libro que me ha hecho sentir, sin aspavientos.

"hay un patio
y un limonero

pero ahora
es patria extranjera

nada me llevaré
cuando marche
y la distancia
me haya dejado
una cicatríz
del color
de esta tierra"

(Felipe Sérvulo, Sit Tibi Terra Levis, El Bardo, Colección Poesía, Libros de la Frontera,2017)

Hilario Barrero
 

La poesía de Felipe Sérvulo es escueta, sobria, con imágenes atrevidas pero “reales”. Es una poesía pulcra, minimalista, una poesía de “campo”, de afuera, llena y rebosante de olores, iluminada de colores, perfilada de sonidos, un bosque de nombres olorosos, con la presencia de la naturaleza a pleno pulmón, escrita en la ciudad. Poemas con un ritmo preciso y precioso. Metáforas que son como chispas que saltan, puñaladas que te entran por los ojos y te deslumbran, brasa que quema. Destacaría en sus poemas la “limpieza”, el trazo limpio, seguro, equilibrado. Parecen poemas escritos con tinta purísima y lápices olorosos en papel de nieve.

 

Javier García Sanchez

 

Sobre el poemario Ahora que amaneces de Felipe Sérvulo

"Advirtiendo de entrada que espero no incurrir en una perogrullada, que en este caso agravaría el hecho de ser leído in absentia, lo cuál no deja de ser ciertamente poético, debo confesar que no estoy de acuerdo con NOEMÍ TRUJILLO al decir, como se nos recuerda en la faja que acompaña al libro, que éste sea el mejor poemario de Felipe Sérvulo, del que siempre envidié el escaso pelo que le queda, la simpatía andaluza que derrocha y, sobre todo, ese apellido tan especial que hace que uno no pueda dejar de imaginárselo con su túnica romana y escribiendo odas a la amada como un poseso, que lo es.

O no estoy de acuerdo con la afirmación anteriormente aludida (tranquila, Noemí ...), al menos en parte. A mi humilde entender éste es otro gran poemario de Felipe, y a los expertos convendría analizarlo con la debida atención, relacionándolo estilísticamente con los anteriores del autor. Uno es criatura de prosa, incluso de prosa poética, y no se ve capaz de tamaña empresa pendiente. Porque a mi humilde entender, el mejor poemario de Felipe Sérvulo es él mismo, como persona, aunque no pueda desgajarse de su otro yo poético.

En él anida, late y surge aquéllo de lo que escribe, haciéndolo de ése y no otro modo. A veces las palabras brillan con una luminosidad casi inverosímil, como brasas en el fuego. El mensaje llega después de leerlas como hay que leer estos versos, lentísimamente. Por todo ello me atrevo a insistir en que la sustancia poética de Felipe, su visión de sonámbulo embriagado de belleza, inclusive de cierto horror subyacente en aquélla, constituye su mejor e inagotable manantial en donde apurar hasta el poso de su talento.

Sí, cierto que prefiero al poeta que parece enfurecerse interiormente por momentos, como en "Llegará el día" o "Un mal día", que al que deambula por impresiones locales. Creo detectar un punto de escisión positiva entre esos tonos. En uno Felipe hace homenajes: personas, cosas, hechos, conceptos. En otro sencillamente se desata. Y entonces llega el tiempo de aromas o cuchillos".

Jose Costero
 

Felipe Sérvulo evita la rigidez del lenguaje, una poesía que parece hablar al oído, que fluye, que parece sea trasunto de una conversación, del sonido de lo habitual, cercana al vocablo doméstico. Todo ello cumple lo que decía Eluard: el poema no tiene más función que la de mostrar la mirada humana, retazos del mundo, parcelas de lo real. La relación aquí es amorosa, irónica, tierna, donde la comunicación se hace explícita, si disfraces retóricos, junto a una verdad sensorial y emocional. También, una vinculación con la memoria, a veces incierta, a veces reflexiva, un pensamiento enriquecido por la experiencia y, por qué no, por el desengaño. Recuerda aquello que dijo nuestro Lope de Vega: La llaga del amor, hablando de ella se cura.

 

Javier García Sanchez

 

Sobre el poemario Ahora que amaneces de Felipe Sérvulo

"Advirtiendo de entrada que espero no incurrir en una perogrullada, que en este caso agravaría el hecho de ser leído in absentia, lo cuál no deja de ser ciertamente poético, debo confesar que no estoy de acuerdo con NOEMÍ TRUJILLO al decir, como se nos recuerda en la faja que acompaña al libro, que éste sea el mejor poemario de Felipe Sérvulo, del que siempre envidié el escaso pelo que le queda, la simpatía andaluza que derrocha y, sobre todo, ese apellido tan especial que hace que uno no pueda dejar de imaginárselo con su túnica romana y escribiendo odas a la amada como un poseso, que lo es.

O no estoy de acuerdo con la afirmación anteriormente aludida (tranquila, Noemí ...), al menos en parte. A mi humilde entender éste es otro gran poemario de Felipe, y a los expertos convendría analizarlo con la debida atención, relacionándolo estilísticamente con los anteriores del autor. Uno es criatura de prosa, incluso de prosa poética, y no se ve capaz de tamaña empresa pendiente. Porque a mi humilde entender, el mejor poemario de Felipe Sérvulo es él mismo, como persona, aunque no pueda desgajarse de su otro yo poético.

En él anida, late y surge aquéllo de lo que escribe, haciéndolo de ése y no otro modo. A veces las palabras brillan con una luminosidad casi inverosímil, como brasas en el fuego. El mensaje llega después de leerlas como hay que leer estos versos, lentísimamente. Por todo ello me atrevo a insistir en que la sustancia poética de Felipe, su visión de sonámbulo embriagado de belleza, inclusive de cierto horror subyacente en aquélla, constituye su mejor e inagotable manantial en donde apurar hasta el poso de su talento.

Sí, cierto que prefiero al poeta que parece enfurecerse interiormente por momentos, como en "Llegará el día" o "Un mal día", que al que deambula por impresiones locales. Creo detectar un punto de escisión positiva entre esos tonos. En uno Felipe hace homenajes: personas, cosas, hechos, conceptos. En otro sencillamente se desata. Y entonces llega el tiempo de aromas o cuchillos".

Jose Costero
 

Felipe Sérvulo evita la rigidez del lenguaje, una poesía que parece hablar al oído, que fluye, que parece sea trasunto de una conversación, del sonido de lo habitual, cercana al vocablo doméstico. Todo ello cumple lo que decía Eluard: el poema no tiene más función que la de mostrar la mirada humana, retazos del mundo, parcelas de lo real. La relación aquí es amorosa, irónica, tierna, donde la comunicación se hace explícita, si disfraces retóricos, junto a una verdad sensorial y emocional. También, una vinculación con la memoria, a veces incierta, a veces reflexiva, un pensamiento enriquecido por la experiencia y, por qué no, por el desengaño. Recuerda aquello que dijo nuestro Lope de Vega: La llaga del amor, hablando de ella se cura.

Noemí Trujillo 

 

Comencé a leer a Felipe Sérvulo cuando firmaba con el nombre de Felipe S. González. El primer libro suyo que cayó en mis manos fue su segundo poemario publicado, Las noches del Sur (Diputación Provincial de Jaén, 1996) y sólo dos versos fueron suficientes para enamorarme del trazo limpio de su poesía: “Si me llamas y no estoy, / déjame grabado un sueño”. Entonces entendí cómo sucede ese milagro de pintar imágenes que parecen reales con palabras concisas y exactas; y supe que tenía mucho que aprender de él. En cada nuevo poema del libro aparecían dibujados, como si de una acuarela se tratara, restos de un naufragio conocido : “Por la mañana, / cumplido el rito, regresaremos / al puro formulismo / de las despedidas”. A partir de entonces y en cada uno de sus libros, he encontrado en las estrofas de Felipe estrellas, puntos de nostalgia, lirios cortados, y la sombra de la tradición que todo poeta que se precie debe llevar a sus espaldas.

Maite León

¿Quién no espera unas palabras que nos alejen del silencio? En cada domingo domado por la vida, sigue flotando la esperanza que arrope las pérdidas, las carencias, la búsqueda de un pasado que no queremos perder. Poesía de Felipe Sérvulo llena de trazos pictóricos, nostalgia, tristeza, luz. Deseos de renacer persiguiendo un orden que nos acerque a ese principio en el que se cobijan los poetas, en espera de un mañana pleno, gratificante, en el que poder escribir los versos que rindan al olvido.

Sobre "La niña de la colina"

En esa Tara ensoñada, el poeta argumenta las razones que necesita para escribir los versos que reconozcan en la tarde, tanta ausencia. No importa el desamor ni la tristeza, la Niña de la colina o Escarlata, siempre buscarán recuperar el amor perdido o esos ecos lejanos que rediman la nostalgia. ¿Quién no espera unas palabras que nos alejen del silencio? En cada domingo domado por la vida, sigue flotando la esperanza que arrope las pérdidas, las carencias, la búsqueda de un pasado que no queremos perder. Poesía de Felipe Sérvulo llena de trazos pictóricos, nostalgia, tristeza, luz. Deseos de renacer persiguiendo un orden que nos acerque a ese principio en el que se cobijan los poetas, en espera de un mañana pleno, gratificante, en el que poder escribir los versos que rindan al olvido.

Anna Rossell

Como hiciera Heinrich von Ofterdingen, el protagonista de la novela homónima de Novalis, para quien la poesía es la manifestación más sublime del arte y que emprende en su búsqueda un camino vital de aprendizaje que no ha de ver su final, también la voz poética de Felipe Sérvulo es un Yo eternamente errante, una voz desgarrada por la soledad, atormentada en lo más hondo por la constante compañía de la ausencia, el intenso dolor y el vivo anhelo, que le arrancan versos de inusitada y excepcional belleza.

Marian Raméntol

Hay fusiones que no pueden pasar desapercibidas. Felipe Sérvulo es, sin duda alguna, un pintor. En sus telas recrea de modo magistral algo tan sencillo y complicado al mismo tiempo, como es la propia vida; para esas recreaciones no utiliza óleos, acrílicos ni ceras, sino palabras. Felipe Sérvulo es, sin duda alguna, un gran poeta, en cuyas obras pinta con precisión espléndidos bodegones de campos y nubes, frescos olorosos tamizados de olivos, acuarelas de amores vaporosos, témperas de besos nostálgicos, tamponados de abrazos polícromos, donde la realidad se funde en mil mundos, pero todos ellos cercanos siempre al lector. Vivir sus poemas, es vivirnos un poco más, entre bastidores, mosaicos, tablas y lienzos.

Pilar Quirosa -Cheyrouze

La poesía de Felipe Sérvulo son pasajes de la memoria que se internan por una suerte de simbiosis, entre el simbolismo y la verdad más elocuente, aquélla que conecta con la naturaleza de las cosas y con el propio paisaje humano, con una fuerza enriquecedora y traductora de especiales momentos, amparándose en el culto de las cosas que tienen referencia eterna, como la tierra, donde fluye el emblema de un recuerdo, la eternidad del instante.

José Costero

Releyendo la obra de un poeta

Es un poeta que como él mismo afirma: Así me lo contaron y así os lo cuento, y nos habla y escribe de esas cosas pequeñas, sencillas, esas que nos suceden cada día, que para algunos resultarán insignificantes pero que, en el fondo, tan necesarias son para seguir respirando. El poeta al que nos referimos no pertenece afortunadamente a esa casta poética que se alojan en la confortabilidad más acomodaticia. Ni a esa otra de los que aún añoran a los pomposos cisnes de Rubén Darío. Todo lo contrario. Y va y viene por la existencia escribiendo su obra, fecunda ya en libros y en actividades culturales, sin concesiones a ninguna servidumbre. Va por libre. Quien lea sus poemas podrá gozar de una escritura austera y a la vez esencial, donde la calidez y carnalidad son presentes. Tal vez la revolución sea pedir hospedaje / en la casa feliz de tu cuerpo. Acaso eso de escribir sea para él una indudable búsqueda de raíces de elemental supervivencia. Y el lector quedará impresionado por la dignidad y honda reflexión que acompañan a sus versos. Quien pergeña esta breve glosa es cada vez más pesimista de que la poesía pueda influir o mejorar a una humanidad perpleja e inconmovible a toda una laya de podredumbre y de crueldad. Quizás por defecto personal, por mi talante escéptico o por la vejez prematura. Pudiera ser. Pero reconoce también que, en ocasiones, leer algunos poetas le reconforta el ánimo y le despierta cierta esperanza. Como en el caso del poeta de que hablamos. Por ejemplo: Escribe mi nombre con tu sangre, / que estaré al cabo del invierno / donde el dolor no envejece. Parece como si la voz del poeta te susurra al oído, que arropa tus hombros y te palmea afectuoso tu espalda. Un poeta que hurga entre los intersticios de las palabras, logrando destellos fieramente humanos y sin énfasis gratuitos, ni tener que engolar su acento poético, ilumina de palpitante solidaridad la conciencia del lector en este tiempo ingrato que padecemos: Nos sentaremos en la mesa de los parias y cortaremos pan de amor con las manos. Eso nos salva. ¿De qué poeta estamos hablando? De Felipe, de Felipe Sérvulo, un jiennense de pro, trasplantado tiempo ha en esta Catalunya laberíntica de nuestros días. Lo podremos encontrar deambulando por la Rambla barcelonesa rememorando, al paso fugaz de una guapa muchacha, el guiño y perfume de Fanny, Quizás te escondes / en una lágrima o le podemos ver apostado en esa misteriosa esquina de la calle Muntaner que parece tener cierto ensalmo a la vez recóndito y erótico, o tal vez en la barra de un café bebiéndose una cerveza, o meditabundo en el trayecto ferroviario de Castelldefels a Barcelona y viceversa y como siempre, presidiendo, con su inefable bonhomía y campechanía, en la quinta planta del Ateneu Barcelonès, cada viernes alterno, las tertulia de El Laberinto de Ariadna.

Madrugada del martes 23 febrero 2016

bottom of page